CLAMANDO A DIOS
“Con todo mi corazón clamo a ti, Señor; respóndeme, y obedeceré tus decretos” (Sal. 119:145).
La estrofa del Salmo 119 (vv. 145-152) nos enseña el modo de superar las circunstancias adversas, llamándonos de nuevo a la oración, y enseñándonos como debemos hacerla para que sea eficaz.
La oración debe ser hecha con todo el corazón. No es una oración silenciosa, sino el grito de intensidad que sale del alma. Así fue la de Jesús en Getsemaní: “...ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas...” (He. 5:7). La oración es aceptada cuando, además de los labios está en ella el corazón. Esta oración es concreta: “respóndeme, Señor”. Clama por respuesta, como un niño que llama la atención de su padre. No duda, solo espera ser atendido. Con la oración el propósito: “guardaré tus estatutos”. Es la condición esencial para ser oído: “Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables” (1 Jn. 3:22).
La oración pide salvación (v. 146). No se trata de salvación de condenación, es una petición para ser liberado de las aflicciones. Quiere ver la mano de poder de Dios en la vida. Como Pedro sobre el mar, el corazón dice a Dios, en medio de las pruebas: “¡Salvame!”. El Salmo nos enseña también cuando orar.
Buscaba a Dios en oración antes de empezar el día (v. 147). Es el ejemplo de Jesús, que se levantaba siendo aún oscuro para orar. Muchas inquietudes y dificultades se producirán a lo largo del día, por tanto, la oración expresa necesidad: “Clamé”. Junto con el clamor está la calma: “Esperé en tu palabra”. Es la forma de afrontar los problemas: “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en Él, y Él hará” (Sal. 37:5) o también: “Guarda silencio ante Jehová, y espera en Él” (Sal. 37:7).
La oración que precede al día, está también en la noche (v. 148). Cuando la inquietud quita el sueño, el remedio antes de apagar la luz es “meditar en la Palabra”. Antes de entrar en la noche, es necesario un tiempo con Dios.
El que ora, sabe que Dios escucha (v. 149), atendiendo a nuestras miserias “conforme a Su misericordia”. Es el amor que hará provisión en cada circunstancia. “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”.
Dios está siempre cerca de nosotros (v. 151). Las aflicciones vienen, los perseguidores acosan, pero Dios está cercano. Recordemos que cuando los problemas vienen, Dios siempre está más cerca.
Dios me llama a orar más. Es así como podré decir: “Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado” (Sal. 27:3). Esta es mi larga experiencia con la fe. En todos mis años he visto el cumplimiento fiel de Su Palabra. Ahora mismo, en cualquier circunstancia, escucho Su promesa: “No te dejaré, ni te desampararé”. Puedo ver las estrellas que brillan en el cielo. Tengo la certeza de que, si Dios sostiene los miles de mundos sin pilar alguno, también puede sostenerme a mí, mucho más pequeño que ellos. Quiero refugiarme en la oración, confiadamente. Necesito entender que, en medio de las pruebas, “Cercano estás tú, oh Señor”.
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